Las buenas noticias tienen un efecto relajante en el cuerpo que te ayuda a olvidar los malos momentos vividos con anterioridad. Charly sin maleta no era el mismo y se le notaba en el día a día. Por suerte, esta mañana recibió el paquete más esperado, y allí se encontraba su maleta. Por fin tenía lugar la estampa que todos esperábamos y, si todo sale bien, se acabaron los frenazos inesperados del viaje. Luke y yo nos curramos la noche anterior un nuevo trazado de la Ruta, con un poco más de kilometraje en los días posteriores, pero sin eliminar apenas destinos del camino.
También el día de hoy supuso el último paso de la América verde a la América profunda y seca. El primer baño se hizo esperar, nos lo dimos en Foss poco después de haber visto un nuevo museo sobre la Mother Road. Hay cosas de las que no nos cansamos, y una de ellas es aprender nuevos datos sobre la 66. Pasear por la orilla del lago y adentrarse en sus tibias aguas nos ayudó a reponer fuerzas y retomar el viaje con un poco menos de calor. Nuestras paradas no suelen ser en vano, por lo general son bastante productivas. El problema es que en Elk City había otro museo, y éste ya costaba dinero. A estas alturas del viaje empieza a costar eso de soltar los billetes verdes como si fueran fotocopiados, John ya busca un cajero donde poder sacar un poquito más de cash. A cambio pudimos ver el estupendo museo de la ciudad al aire libre, donde en un par de hectáreas se encontraban representados los principales edificios del municipio tal como eran a principios del siglo XX, desde la farmacia hasta el ayuntamiento, pasando por la funeraria, la granja, la consulta del médico, correos el hotel y un vagón original de tren de la época, entre otros tantos. Eran las cuatro y media de la tarde y aún no habíamos parado a comer tras un desayuno de lo más ligero e insignificante, lejos de la tradición americana.
Frente al museo había un Kentucky Fried Chicken, pero Charly no estaba por la labor de comer allí. No por cuidar la línea, sino porque no le gustan las hamburguesas de pollo que hacen. Craso error el no haber parado allí, pues estuvimos las siguientes 50 millas sin encontrar un restaurante en las poblaciones quasi-fantasma que se encontraban a ambos lados de la mítica autopista. El calor se notaba en la carretera, el horizonte se desdibujaba por las altas temperaturas y no era nada recomendable salir del Pegaso en esas circunstancias.
Dos horas después, a eso de las seis y media de la tarde, un burger de la inédita cadena Dairy Queen aparecía a la entrada de un poblado casi fantasma, Groom. Decoración apoyando a un equipo llamado los Tigers -no sé ni qué deporte practican- discos de vinilo y mesas de madera daban la bienvenida a lo desconocido. Un grupo de ocho abuelas y un abuelito ligón se sentaban alrededor de la mesa con sus bebidas de 32 onzas como aquel que va al hogar del pensionista a echar la partida de chinchón. A diferencia de un Burger King al uso, la influencia mexicana que hizo posible el fenómeno tex-mex daba un toque picante a todo aquello que era comestible. Charly y Chusy mantenían una batalla dialéctica desde principios del día porque Chusy le había puesto salsa de jalapeño en su hamburguesa la noche anterior sin que él se enterara y Charly había pasado una mala noche. La cosa prometía venganza, pero a estas alturas parece que se ha calmado un poco la cosa. Sin retirarnos del camino y a las afueras del pueblo se encontraba la Torre Inclinada de Texas, que por muchas similitudes que guarde en el nombre con la de Pisa, no es más que un depósito de agua bastante torcido, pero sin belleza alguna. También se encontraba la Giant Cross, que es la cruz más grande del oeste. Arquitectónicamente no es gran cosa, impone más por su grandeza que por la belleza, hecha con uralita o un material similar. La belleza se concentra a sus alrededores, donde son representadas mediante estatuas las catorce estaciones de la Pasión de Cristo, desde que es juzgado hasta su crucifixión y posterior resurrección. El templo es coronado por la Fuente de la Gracia Divina, que es lo más bonito del lugar. En el lado contrario, levantó cierta polémica una estatua dedicada al aborto, donde Cristo posaba con un feto en la mano lamentándose. Las posturas fueron varias, incluso posturas intermedias a los dos extremos, y es que consideramos que es un asunto más político que otra cosa.
El sol se empezaba a poner en el horizonte y nos quedaba por ver uno de los puntos fuertes de la Ruta, el Cadillac Ranch, antes de que oscureciera. Fue algo así como volver a la infancia encontrarse con diez Cadillacs semienterrados y jugar a ser graffiteros mientras grabábamos nuestros nombres en los coches para siempre… o al menos durante unas horas. Me pregunto quién sería el primero que pintó sobre estos Cadillac, la razón por las que fueron poco a poco destrozados y cómo serían en un principio. Seguro que era una bonita estampa.
Nuestro objetivo más inmediato entonces pasó a ser una buena parrillada en el Big Texan. El mítico restaurante de Amarillo tenía fama internacional gracias al solomillón, el filete de dos kilos que te sale gratuito si te lo comes en una hora, acompañado de una ensalada de gambas y pan; de lo contrario, la broma y el ridículo ante un público que te está vigilando continuamente cuesta cincuenta dólares, por lo que hay que estar muy seguro antes de enfrentarse a tamaña hazaña. Pero nosotros somos muy fáciles de impresionar, y nada más entrar nos separamos según nuestros gustos y preferencias: la galería de tiro al blanco, la tienda de recuerdos, las noticias y referencias al restaurante en los periódicos… a veces somos demasiado críos y luego pasa lo que pasa: llegamos al puesto donde te indican qué mesa está disponible y nos informaron que ya no se podía entrar a cenar. Cerraban a las diez y media y eran las once menos veinte.
La mala suerte se aliaba con nosotros una vez más, pues todos los restaurantes cerraban a las once y algo decía que nos íbamos a ir al hotel sin cenar. Tras recorrer un polígono lleno de restaurantes horteras, chicas llamándonos desde la ventanilla de su coche y calles desiertas, las camareras de un restaurante mexicano tuvieron compasión de nosotros y nos atendieron con la mejor de sus sonrisas. Llevábamos un día en Texas y ya estábamos cansados de la comida picante, por lo que pedimos lo primero que nos ofrecieron que no picara.
El hotel se encuentra a 50 kilómetros de Amarillo, en el pueblo de Vega en la misma Ruta 66. El pueblo parece no tener encanto alguno, aunque recordamos que Ken nos había dicho algo sobre él. Sin ser un hotelazo, la habitación es bastante amplia. Esta noche tenemos techo y dos camas Queen Size por 90$, y no es la noche más económica que hemos tenido en la Ruta. Bienvenidos a la América Profunda.
DATOS DE INTERÉS:
- Entrada al museo de la Ruta 66 en Clinton: 4$
- Entrada al museo de la Ruta 66 en Elk City: 5$
- Prueba fallida en el Big Texan: 50$
3 comentarios:
Otro excelente post, complimenti! Me alegro por la maleta recuperada.
oye kien se atrevio kon el filete jaja...
Chaurls, no estás gordo eeeeh! ajaja, por fin recuperaste la maleta, bieeeen!
besoss
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