Aceras donde los puestos dedicados a vender periódicos sólo contienen catálogos de prostitutas que van a tu hotel -aún siendo ilegal la prostitución en Las Vegas-, gran cantidad de máquinas tragaperras desde los pasillos del aeropuerto hasta las estaciones de servicio más insignificantes, circos sin leones ni trapecistas, sino ruletas y mesas de black jack; aparcamientos gratuitos en la calle principal que desembocan en salas de juego, limusinas con barra libre y strippers bailando para ti si así lo deseas y lo costeas, acuarios con tiburones junto a la puerta del servicio, reproducciones a escala de los monumentos más famosos del mundo, calles venecianas con canales por los que pasar bajo un cielo artificial que simula el mediodía cuando en el mundo exterior es medianoche, chicas que te paran por la calle, generando en ti la ilusión de haber ligado con una belleza descomunal antes de que te comunique que el amor te costará hasta 500 dólares la hora; luces para alumbrar medio planeta, más dinero en movimiento y, en definitiva, todas las facilidades a tu alcance, la felicidad divina para la persona más banal siempre y cuando tenga suficientes fondos para pagarla. Aceptan un Mercedes, tu pareja o tu alma como moneda de cambio. Todo esto es Las Vegas.
Tras experiencias contrastadas y una tarde buscando soluciones, se encontraron dos posturas opuestas: por un lado, aquellos a los que Las Vegas les parecía un mundo aún por descubrir y querían dedicarle más tiempo para luego marchar directamente a Los Angeles y pasar un día más de lo previsto, éstos son Charly y John. Por otra parte, los que veíamos la fiesta de Las Vegas igual que la de otras partes, pero con más espectacularidad. Preferíamos conocer otras maravillas de la naturaleza como el Death Valley y el Parque Nacional de Yosemite, pasar algo más de una jornada en San Francisco antes de bajar por toda la Costa Oesta hasta Los Angeles en nuestra penúltima jornada, éstos somos Luke, Chusy y un servidor. La solución más salomónica pasó por alquilar un segundo coche y bifurcar nuestros caminos según nuestros gustos y preferencias en la escala de valores.
Otra de las cosas increíbles de Las Vegas es que su aeropuerto internacional se encuentra en pleno centro de la ciudad, junto a la calle principal, y de un nombre que sería inaceptable en España: Mc Carran International Airport. Junto a los aparcamientos se encontraban las oficinas de todas las compañías de alquiler importantes del país. De esa manera pudimos comparar los precios de cuatro compañías, que rondaban desde los 850 dólares de Alamo National hasta los 485 por el que cogimos a Perdigón finalmente. Perdigón es un Kia Forte, que no es de la clase ni el potencial del Pegaso, pero es más manejable, más juvenil y bebe mucha menos gasolina en el modo eco. Para todo aquel que se pregunte cómo es Perdigón, adjuntamos foto. No haremos tanta historia como con Pegaso, pero será recordado para siempre como el séptimo pasajero de esta ruta.
Entre unas cosas y otras, la tarde pasó volando, sobre todo en un país en el que anochece poco después de las siete de la tarde en pleno mes de agosto. La noche se antojaba más corta y menos movida que la anterior, pero queríamos aprovechar nuestras últimas horas en la tierra del vicio antes de afrontar la jornada más desértica y extrema de la aventura. Cenamos por fin en el Jack in the Box como venía Chusy pidiendo desde que entramos en Estados Unidos por recomendación del sabor de sus hamburguesas, que le encantaron. De la noche, qué decir: casinos y cansinos, una mini discoteca en un barco en la que se podían ver a jovencitas con maduritos adinerados, una joven enzarpado clavando el baile de las canciones de Michael Jackson, Cosmopolitans y Bloody Marys, una chica de Ohio que se interesó por Chusy y unos cuantos chicos del lugar que, aunque le pusieron empeño en meterse entre medias, no pudieron impedir un fugaz beso en los labios de esta pareja improvisada. A las tres de la mañana nos fuimos para casa, en seis horas estaríamos en pie y dispuestos a escribir un nuevo capítulo de esta historia. Charly y John, por su parte, escribieron la segunda parte de la noche mano a mano. A ellos les quedaban algo más de 24 horas en su particular tierra prometida antes de emprender el rumbo a Los Angeles. En cuatro días nuestros caminos se volverían a juntar.
Tras experiencias contrastadas y una tarde buscando soluciones, se encontraron dos posturas opuestas: por un lado, aquellos a los que Las Vegas les parecía un mundo aún por descubrir y querían dedicarle más tiempo para luego marchar directamente a Los Angeles y pasar un día más de lo previsto, éstos son Charly y John. Por otra parte, los que veíamos la fiesta de Las Vegas igual que la de otras partes, pero con más espectacularidad. Preferíamos conocer otras maravillas de la naturaleza como el Death Valley y el Parque Nacional de Yosemite, pasar algo más de una jornada en San Francisco antes de bajar por toda la Costa Oesta hasta Los Angeles en nuestra penúltima jornada, éstos somos Luke, Chusy y un servidor. La solución más salomónica pasó por alquilar un segundo coche y bifurcar nuestros caminos según nuestros gustos y preferencias en la escala de valores.
Otra de las cosas increíbles de Las Vegas es que su aeropuerto internacional se encuentra en pleno centro de la ciudad, junto a la calle principal, y de un nombre que sería inaceptable en España: Mc Carran International Airport. Junto a los aparcamientos se encontraban las oficinas de todas las compañías de alquiler importantes del país. De esa manera pudimos comparar los precios de cuatro compañías, que rondaban desde los 850 dólares de Alamo National hasta los 485 por el que cogimos a Perdigón finalmente. Perdigón es un Kia Forte, que no es de la clase ni el potencial del Pegaso, pero es más manejable, más juvenil y bebe mucha menos gasolina en el modo eco. Para todo aquel que se pregunte cómo es Perdigón, adjuntamos foto. No haremos tanta historia como con Pegaso, pero será recordado para siempre como el séptimo pasajero de esta ruta.
Entre unas cosas y otras, la tarde pasó volando, sobre todo en un país en el que anochece poco después de las siete de la tarde en pleno mes de agosto. La noche se antojaba más corta y menos movida que la anterior, pero queríamos aprovechar nuestras últimas horas en la tierra del vicio antes de afrontar la jornada más desértica y extrema de la aventura. Cenamos por fin en el Jack in the Box como venía Chusy pidiendo desde que entramos en Estados Unidos por recomendación del sabor de sus hamburguesas, que le encantaron. De la noche, qué decir: casinos y cansinos, una mini discoteca en un barco en la que se podían ver a jovencitas con maduritos adinerados, una joven enzarpado clavando el baile de las canciones de Michael Jackson, Cosmopolitans y Bloody Marys, una chica de Ohio que se interesó por Chusy y unos cuantos chicos del lugar que, aunque le pusieron empeño en meterse entre medias, no pudieron impedir un fugaz beso en los labios de esta pareja improvisada. A las tres de la mañana nos fuimos para casa, en seis horas estaríamos en pie y dispuestos a escribir un nuevo capítulo de esta historia. Charly y John, por su parte, escribieron la segunda parte de la noche mano a mano. A ellos les quedaban algo más de 24 horas en su particular tierra prometida antes de emprender el rumbo a Los Angeles. En cuatro días nuestros caminos se volverían a juntar.
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