Born to be guay


Necesitamos días de 36 horas… y meses de 45 días. Calculamos la Ruta para hacer jornadas de entre 400 y 700 kilómetros, pero sin llegar a contar con el tiempo que necesitaba cada alto en el camino, por lo que el cómputo final del día queda incompleto… tanto por ver y, a pesar de haber invertido una seria cantidad de días en el viaje, vemos que necesita aún más. De esta manera, pasamos la mañana en Saint Louis viendo -cómo no- el famoso Gateway Arch. Culpo a la televisión, películas y documentales de magnificar las cosas hasta el punto de quedarte impresionado y soltar un “Pues yo creía que era más grande”. Aún así, reconocemos que es inmenso, quizás el arco más grande del mundo, no lo hemos confirmado en ningún sitio. Había un mirador en la parte superior, seguro que con unas vistas maravillosas, pero ya estábamos cansados de colonizar cumbres a base de talonario y contemplar unas vistas similares a las de anteriores grandes ciudades, y no estábamos por la labor de seguir con el juego. A cambio, nos metimos en un museo sobre la conquista del Oeste por el hombre blanco, con su historia y los testimonios de Toro Sentado, Nube Roja, el jefe del séptimo de caballería y otros personajes históricos devueltos a la vida en formas de animatronics bastante elaborados.

La responsabilidad acabó imponiéndose en el grupo. Aquella mañana pusimos el despertador a las ocho, salíamos del hotel a las nueve y media y por primera vez no empalmábamos el desayuno con la comida. Ante nosotros destacaban inmensos carteles que anunciaban las ofertas del día en los badulakes de la periferia, pero fue el QuickTrip el culpable de que tomáramos el desayuno más insano de nuestras vidas, salvo John, que se cuida un poco más de nosotros, aunque a veces sucumba a la tentación del American way of eat. Por nuestra parte, dos perritos calientes por dos dólares y una bebida de casi un litro por 79 centavos se antojaban demasiado tentadores como para ignorarlos sin más. Creo que no podríamos vivir aquí por el bien de nuestra salud. Fue tan consistente tal manjar que no volvimos a tener hambre hasta las ocho de la tarde.

Arreglado el trámite de Saint Louis, retomamos el contacto con la Ruta 66 cerca de Eureka, donde se encontraba el parque estatal de la Ruta. Pasear por él en coche fue como pasear por el Parque de Yellinstone, sólo faltaba el Oso Yogui y Bubu en los alrededores para completar la postal. En el museo sobre la Ruta nos abastecieron de información suficiente como para completar la jornada sin ningún problema.

El momento de mal rollo del día tuvo lugar entre St. Claire y Stanton. Un poblado indio más falso que un euro con la cara de Popeye acertaba a asomarse a nuestra derecha, y aunque era de lo más ridículo que habíamos visto desde que comenzamos el viaje, nos detuvimos a ver que se cocía en el ambiente. Nos recibió una mujer bastante estúpida que, aunque aseguraba que descendía de indios ¿sioux, apaches, navajos? Y que necesitaba dinero porque sus antepasados habían sufrido mucho. No nos dejaba grabar ni hacer fotos. Nos ofrecía una visita a una pradera inmensa y verde, tal como la que se encontraba más adelante y otras tantas en el camino, pero ésta costaba dos dólares porque sí, porque en sus tiempos había sido habitada por indios. También nos ofrecía entrar una tienda de campaña con artículos supuestamente artesanales hechos por indio, pero le restaba credibilidad el falso decorado en el que nos encontrábamos y su falta de educación. Cada frase terminaba con un “lo tomáis o lo dejáis”. El acabose fue cuando Chusy no se había enterado de nada de lo dicho por la mujer y tuve que acercarme yo a que me lo repitiera a mí. La pseudoindia estalló y me repitió el mensaje en voz alta, lentamente y vocalizando, como si yo fuera subnormal, vamos. No íbamos a aguantar más aquel trato de la india frustrada cuando no era recíproco, así que nos despedimos con un “Adiós, muchas gracias”. La mujer volvió indignada a su tienda soltando una sarta de insultos y mostrándonos el dorso de la mano con los dedos índice y corazón levantados en forma de V. Charly lo entendió como un símbolo de paz, pero en la sociedad anglosajona ese gesto significa fuck off, lo mismo que en nuestra sociedad alzar únicamente el dedo corazón. Personalmenre pedimos y recomendamos que no os detengáis en ese inhóspito lugar si un día os da por seguir nuestros pasos.

El siguiente tramo fue un combinado de Ruta 66 e Interestatal 44 cuando no había Ruta para seguir adelante. La Ruta 66 pierde gran parte de su encanto en más de la mitad del recorrido al circular a pocos metros de la Interestatal. Sorprendidos, los conductores observan cómo estamos haciendo su mismo recorrido, pero por una carretera con un asfaltado deficiente y por la que tardamos más del doble que ellos. Es, resumiendo, apostar por la emoción frente a la comodidad.

Un poco más adelante, en el poblado de Stanton, se encuentran las cuevas de Meramec. Todos entramos a recorrer la visita guiada excepto John, que no le llamaba mucho la atención y prefirió recorrer el bosque y el lago vecinos. Sin duda alguna fue el punto más interesante del día, aunque para ello destináramos algo más de una hora y perdiéramos el hilo temporal de la Ruta. Nos maravillábamos con los interminables bosques que se desplegaban a medida que avanzábamos, quizás sabiendo de buena mano que en dos jornadas los abandonaríamos para adentrarnos en la América desértica y profunda.

Los dos siguientes destinos eran Cuba y Devils Elbow. El pueblo de Cuba alberga una gran colección de murales a lo largo de la avenida principal y aledaños. Sin duda era el pueblo que mejor conservaba el espíritu de los inicios de la 66 a fuerza de conservar las edificaciones tal cual las levantaron única y exclusivamente para atraer a los fanáticos de la Mother Road. Hoy día nos preguntamos de qué viven los habitantes de estos pueblos aparte del turismo y los pequeños comercios. A las afueras del pueblo se encuentra la Fanning 66 outpost & general store, una tienda que desde fuera parece bastante pequeña, pero que en su interior alberga hasta una gran galería de tiro con arco. La dependienta, bastante simpática, nos invitó a una copa de vino de la 66. A sus afueras se encuentra una cosa tan excéntrica como estúpida: la mecedora más grande del mundo. La 66 se encuentra llena de varios récords mundiales aparte de éste, como la botella de Ketchup más grande del mundo o el Mc Donalds igualmente más grande del planeta, el cual veremos mañana. Quizás sea para demostrar que son los más grandes y mejores en todo, pero hay récords mundiales que serían mucho más interesantes si los tuvieran en otros campos. Ganan más puntos a la hora de tratar a las personas, lo que se interesan por tu vida sin conocerte de nada y lo que les sorprende cualquier cosa que les digas de la vida de Europa. Son, salvo contados casos como el Latin King del Dunkin Donuts o la india malahostia, una gente encantadora. A Luke le ayudaron cuanto podían cuando se cayó de la bicicleta dándole una botella de agua o un botiquín de bolsillo, y una chica se bajó de su coche en plena carretera para acercarse al nuestro a preguntar si nos podía ayudar en algo cuando nos perdimos por primera vez en la Ruta. Podría contar muchos más casos, pero sólo quería puntualizar para quitar un poco los estereotipos que tienen los americanos marcados con un hierro candente y que se quitan poco a poco viajando y conociéndoles en persona.

Devils Elbow es un pueblo perdido en la zona más frondosa de la Ruta 66. A sus afueras, perdido de la mano del Boss, se encuentra el Elbows In, el bar más auténtico que haya conocido en mi vida, donde paran los moteros a refrescar el gaznate. Sorprende nada más entrar el techo, lleno de sujetadores de moteras de todo el mundo que pararon en ese punto de la Main Street of America, dedicados todos ellos con su correspondiente autógrafo. En la barra se encontraba Terry, el típico motero gordo que te saluda alegremente con una cerveza en la mano. Estuvimos hablando un buen rato con él y con su compañero Max, un estadounidense que vivió unos años en Alemania, veraneó en Mallorca como todo alemán de a pie y que en español sólo sabía decir “dos cervezas, por favor”. Dejamos nuestra pegatina como nuestra huella al lado de otras de asociaciones moteras.

Parece que estamos estableciendo la costumbre de perdernos en la noche, pero es que el sol nos alumbra el camino, y al irse a dormir nos deja a dos velas, nos saltamos el último desvío de la 66 y acabamos circulando por carreteras sin denominación alguna. Estuvimos cerca de 50 millas sin encontrar pueblo alguno, simplemente casitas de cuando en cuando en una carretera por la que cruzaban deliberadamente mofetas, cervatillos, zarigüeyas, armadillos y perros con el riesgo de ser atropellados. El primer pueblo que paramos no tenía siquiera nombre en la entrada. Entramos a un autoservicio que tenía supermercado, bar y videoclub, y todo el mundo nos miraba como si viniéramos de otro mundo. Si ya es sorprendente para los de la 66 ver gente de fuera de Estados Unidos, imaginaros para pueblos que distan a decenas de millas de la civilización. A su vez pensaban que íbamos a robar o a provocar algún destrozo, pues no nos quitaron el ojo de encima durante nuestra fugaz visita por necesidades varias.

Pasaban las 11 de la noche cuando desesperadamente buscamos la interestatal para despedirnos de la 66 por esa noche. Estábamos aún a unas 90 millas de Joplin, donde teníamos reservado el motel. Nos saltamos y no vimos el cuarto y último Springfield del camino, al igual que nos pasó con los otros tres. Adiós a las coñas con Los Simpson.

Joplin en sí no tiene nada digno de ver, o al menos no tiene ninguna reseña en los mapas de la 66. Motel 6 es una cadena de hoteles básicos de Estados Unidos, más o menos lo que los hoteles Ibis o Formule 1 son para Europa. Sin duda es el peor sitio donde nos hemos alojado desde que pisamos suelo americano, y su precio no dista mucho del resto de hoteles, pero es el más económico que encontramos. Eso sí, tiene una piscina, la segunda del viaje y que tampoco aprovecharemos. Porque somos como aves de paso, anidamos por unas horas en los lugares más diversos de la geografía norteamericana, y a la mañana siguiente nos vamos como hemos venido. Más millas, por favor.


DATOS DE INTERÉS:

- Entrada a las cuevas de Meramec: 19$.

- Entrada al Gateway Arch: 20$.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen artículo, te imagino escribiendo en el coche mientras atravesáis esos páramos y publicando en cuanto tienes internet.

A ver si te curras una foto del coche, para ver cómo es.

Anónimo dijo...

Hola amigos ruteros. Soy Ruperto Mendiry, autor del blog Crossroads. Gran trabajo el vuestro!!! Sólo quería puntualizaros que, pese a lo que decís en el comentario sobre el viaje que nosotros hicimos, bueno, eso de que no nos fue demasiado en líneas generales, no es del todo así. Para mí fue una de las experiencias más brutales e intensas que he vivido. Tengo miles de imágenes y momentos grabados a fuego en la memoria. Incluso el hecho de comprobar, algo que por otra parte ya sabía, que EE UU no es Disneylandia, que el imperio aloja grandezas, pero también muchas miserias, fue algo más enriquecedor. Pero bueno, quizás no supe proyectar esta idea.

En cualquier caso, gracias por mencionar el blog, que lo tenía casi olvidado.

Un abrazo y keep on rockin'!!!!

Ivan er chucky dijo...

Que wapo el bar de los sujetadores!!!! la duda que me asalta es si la maleta llegara antes que vosotros. jajaja
Pasarlo bien!!!

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