Una de las opciones que barajamos a la hora de recortar gastos en el tramo final del viaje y que aprobamos por mayoría absoluta fue la de reservar habitación para dos personas y dormir tres en la misma. No conllevaba mucho riesgo la jugada y nos salió bastante bien, únicamente no se presentaba uno en recepción y se iba directamente a la recepción. En una cama Queen Size, que es la que ofertan siempre en la habitación para dos personas, hay espacio para más de dos, pero menos de tres. No sé si me explico bien, pero entre nuestros planes no tiene prioridad dormir a pierna suelta, sabemos adaptarnos a cualquier situación. Por lo demás, nos sorprendió que era un motel de los que tan acostumbrados estamos, pero la habitación era la mejor de los de clase baja que hemos estado, todo bien limpio y sin escatimar en detalles: microondas, nevera, DVD, TV de 42", mesa escritorio y una piscina en la que queríamos bañarnos una vez llegara la medianoche. Se encontraba en una pequeña ciudad a poca distancia de San Francisco, pero nuestro aprendiz de GPS hizo que recorriéramos el triple de camino, recalculando la ruta de vez en cuando e indicando los desvíos una vez los habíamos pasado.
San Francisco no era una ciudad común. Construida sobre siete colinas como Roma y Lisboa, estoy convencido de que es la ciudad con más desniveles del mundo. Es por eso que gran parte del recorrido por la urbe lo hicimos en coche por la mañana, subiendo calles que eran todo un calvario para todo aquel que vivía alli, pero podemos asegurar que vimos muchos menos gordos que en el resto de ciudades; por algo será. A falta de Metro, la ciudad cuenta con una surtida red de tranvías de corte clásico, pero de la potencia suficiente para subir por las citadas pendientes cargado de pasajeros. De entre todas las calles destaca la Lombard Street, que de tal pendiente que tiene en un tramo tuvieron que hacerlo en zig-zag como los puertos de montaña, con inclinaciones de más de 45º. Decorada con motivos florales en cada curva, es una de las calles más auténticas y bonitas del mundo.
Luke hizo bien en documentarse la noche anterior sobre las cosas más interesante que tenía la ciudad, pues en el mapa que cogimos en el hotel aparecían tres oficinas de información que, o no estaban donde se señalaba en el mapa, o estaban cerradas. Nos comentaron que las mejores vistas de la bahía se encontraban al otro lado del Golden Gate, en una pequeña localidad costera llamada Sausalito. El Golden Gate debe su fama mundial gracias a que es un puente muy grande y a su característico color rojo, pero la estructura no es gran cosa. Tiene más utilidad que belleza, supone una de las principales vías de salida y entrada a la ciudad con tres carriles por cada sentido y dos pasarelas para peatones. Al otro lado, efectivamente, se encuentran las mejores vistas de la bahía, la ciudad al completo con su imponente skyline y la isla de Alcatraz en medio de todo, posiblemente la cárcel más conocida, hoy día convertida en museo. Quisimos coger un ferry para verla más de cerca, pero los billetes se reservan por Internet por la demanda tan alta que tiene, siendo el principal atractivo que guarda la ciudad para todo aquel que viene de fuera.
Desde un primer momento la ciudad nos impactó por la vida que tenía. Es una ciudad de rascacielos al más puro estilo neoyorquino, pero no llegan a venirse encima de ti, provocando esa sensación de vértigo que alguna vez tuvimos en la Gran Manzana. Tiene también sus rasgos europeos, con barrios cercanos al downtown donde las edificaciones son bajas y se puede ver el cielo sin viajar al extrarradio. Por último, tiene el plus de contar con una amplia línea costera muy bien conservada, con numerosos puertos que en la mayoría de los casos ya no albergan lonjas, sino restaurantes y tiendas que dan movimiento a la zona hasta la medianoche.
Destacaba entre todas una tienda-museo de cosas increíbles, Ripley's candy and toy factory, donde había figuras de cera de personas que habían sido conocidos por hazañas como sobrevivir durante cuatro días en un coche completamente aplastado por un terremoto o pasar entre los áticos de los rascacielos colgado a una tirolina a la que se agarraba únicamente con los dientes. Su lema era Créetelo... o no. Nosotros, despertando al niño que llevamos dentro, nos metimos en un laberinto de espejos. No sabíamos dónde entrábamos, estuvimos hasta 15 minutos para hallar la salida; son cosas que, aún pasen los años, te siguen gustando.
Era bien de noche y teníamos que comprar la cena para el hotel, pero hicimos una parada obligatoria en el Hard Rock Café de la bahía. No es tan grande cómo otros que hayamos visto, pero cada Hard Rock Cafe es como un museo de la música en las últimas décadas y en todos los estilos, desde Los Beatles hasta Beyoncé, y debería ser obligatoria su visita en cada ciudad que cuente con uno.
Nos despedimos de San Francisco con la sensación de haber aprovechado bastante el día, aunque con ganas de dedicarle un día más. Sin embargo, el plan de conocer más a fondo la Costa Oeste, pasar unas horas en Santa Bárbara -donde termina la histórica Ruta 66- y terminar en Los Angeles era también una tentación que llamaba a la puerta de nuestro motel. Quisimos despedirnos de San Francisco a lo grande con un baño de madrugada en la piscina. Hay algo que no he apuntado, y es que el frío estuvo presente durante todo el día, cuanto más por la noche, y bañarse a temperaturas de 10ºC es un suicidio en toda regla. Solo Chusy y yo bajamos hasta el borde de la piscina, yo fui el que llegó más lejos metiéndome hasta la cintura. Luke, prudencia ante todo, contemplaba entretenido el espectáculo desde la ventana de la habitación. No hubo manera de darse el baño de despedida.
San Francisco no era una ciudad común. Construida sobre siete colinas como Roma y Lisboa, estoy convencido de que es la ciudad con más desniveles del mundo. Es por eso que gran parte del recorrido por la urbe lo hicimos en coche por la mañana, subiendo calles que eran todo un calvario para todo aquel que vivía alli, pero podemos asegurar que vimos muchos menos gordos que en el resto de ciudades; por algo será. A falta de Metro, la ciudad cuenta con una surtida red de tranvías de corte clásico, pero de la potencia suficiente para subir por las citadas pendientes cargado de pasajeros. De entre todas las calles destaca la Lombard Street, que de tal pendiente que tiene en un tramo tuvieron que hacerlo en zig-zag como los puertos de montaña, con inclinaciones de más de 45º. Decorada con motivos florales en cada curva, es una de las calles más auténticas y bonitas del mundo.
Luke hizo bien en documentarse la noche anterior sobre las cosas más interesante que tenía la ciudad, pues en el mapa que cogimos en el hotel aparecían tres oficinas de información que, o no estaban donde se señalaba en el mapa, o estaban cerradas. Nos comentaron que las mejores vistas de la bahía se encontraban al otro lado del Golden Gate, en una pequeña localidad costera llamada Sausalito. El Golden Gate debe su fama mundial gracias a que es un puente muy grande y a su característico color rojo, pero la estructura no es gran cosa. Tiene más utilidad que belleza, supone una de las principales vías de salida y entrada a la ciudad con tres carriles por cada sentido y dos pasarelas para peatones. Al otro lado, efectivamente, se encuentran las mejores vistas de la bahía, la ciudad al completo con su imponente skyline y la isla de Alcatraz en medio de todo, posiblemente la cárcel más conocida, hoy día convertida en museo. Quisimos coger un ferry para verla más de cerca, pero los billetes se reservan por Internet por la demanda tan alta que tiene, siendo el principal atractivo que guarda la ciudad para todo aquel que viene de fuera.
Desde un primer momento la ciudad nos impactó por la vida que tenía. Es una ciudad de rascacielos al más puro estilo neoyorquino, pero no llegan a venirse encima de ti, provocando esa sensación de vértigo que alguna vez tuvimos en la Gran Manzana. Tiene también sus rasgos europeos, con barrios cercanos al downtown donde las edificaciones son bajas y se puede ver el cielo sin viajar al extrarradio. Por último, tiene el plus de contar con una amplia línea costera muy bien conservada, con numerosos puertos que en la mayoría de los casos ya no albergan lonjas, sino restaurantes y tiendas que dan movimiento a la zona hasta la medianoche.
Destacaba entre todas una tienda-museo de cosas increíbles, Ripley's candy and toy factory, donde había figuras de cera de personas que habían sido conocidos por hazañas como sobrevivir durante cuatro días en un coche completamente aplastado por un terremoto o pasar entre los áticos de los rascacielos colgado a una tirolina a la que se agarraba únicamente con los dientes. Su lema era Créetelo... o no. Nosotros, despertando al niño que llevamos dentro, nos metimos en un laberinto de espejos. No sabíamos dónde entrábamos, estuvimos hasta 15 minutos para hallar la salida; son cosas que, aún pasen los años, te siguen gustando.
Era bien de noche y teníamos que comprar la cena para el hotel, pero hicimos una parada obligatoria en el Hard Rock Café de la bahía. No es tan grande cómo otros que hayamos visto, pero cada Hard Rock Cafe es como un museo de la música en las últimas décadas y en todos los estilos, desde Los Beatles hasta Beyoncé, y debería ser obligatoria su visita en cada ciudad que cuente con uno.
Nos despedimos de San Francisco con la sensación de haber aprovechado bastante el día, aunque con ganas de dedicarle un día más. Sin embargo, el plan de conocer más a fondo la Costa Oeste, pasar unas horas en Santa Bárbara -donde termina la histórica Ruta 66- y terminar en Los Angeles era también una tentación que llamaba a la puerta de nuestro motel. Quisimos despedirnos de San Francisco a lo grande con un baño de madrugada en la piscina. Hay algo que no he apuntado, y es que el frío estuvo presente durante todo el día, cuanto más por la noche, y bañarse a temperaturas de 10ºC es un suicidio en toda regla. Solo Chusy y yo bajamos hasta el borde de la piscina, yo fui el que llegó más lejos metiéndome hasta la cintura. Luke, prudencia ante todo, contemplaba entretenido el espectáculo desde la ventana de la habitación. No hubo manera de darse el baño de despedida.
DATOS DE INTERÉS:
- Los accesos a San Francisco, tanto para entrar como para salir de la ciudad, tienen un peaje de 6$.
1 comentarios:
Ese baño tenia que haberse completado!!! como gran router habia que haberse metido en pelotas jajajaja
Venga venga más aventuras!!!
Un abrazo para todos y otro más grnade para tio luke!!!
Acabo de llegar de vacas y no veas lo que tengo que leer jajaja
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