Más kilómetros, por favor


Dicen que no hay mejor consejo que el que se da uno mismo, pero en este caso no escuchamos esa voz interior que nos aconsejaba una etapa más tranquila con noche de cervezas en Buffalo, que queda aún la mayoría del continente norteamericano por descubrir y que el cansancio acumulado acaba pasando factura; hicimos caso a vuestra petición de acabar la jornada en Toronto y así nos fue.

Creíamos que, a medida que ascendiéramos Norteamérica, sentiríamos en la piel el frío a pesar de estar en pleno mes de agosto, pero es que Boston fue una sauna austriaca al lado de Nueva York. Tuvimos que alejarnos de la costa para situarnos en la punta de las borrascas. De esta manera, gran parte del trayecto entre Boston y las Niagara Falls los hicimos conduciendo bajo la lluvia y discutiendo horas sobre política, que es como el fútbol: nunca nos ponemos de acuerdo y llegamos a ser de polos opuestos, pero encuentra tú amigos que se lleven tan bien como nosotros a pesar de los pesares. A falta de una ciudad que nos convenciera en medio del camino para pararnos a visitarla, nos detuvimos en una estación de servicio entre trailers de película para ,atar el hambre. Resulta sorprendente encontrarte en medio de la nada con una estación de servicio que es como un pequeño centro comercial, con sus tiendas y sus restaurantes de comida rápida. Lo bueno que tiene la comida rápida es que es rápida; lo malo es que no es comida, y el problema radica en que Chusi y Charly comen demasiadas hamburguesas, perritos calientes y pizzas, repitiendo como norma general en las comidas, y apuesto a que van a ser los dos Router Boys que más van a engordar en esta aventura.

Poco después de las seis de la tarde, llegábamos con el Pegaso a las Cataratas del Niágara. Ante nosotros se abría una vorágine de sensaciones similar al síndrome de Stendhal. Una sobredosis de belleza nos empujaba a admirar aquella caída que separaba a dos continentes de la forma más impresionante jamás imaginaba, pero a su vez nos obligaba a no mirar más allá de la corriente fluvial si no queríamos llevarnos una gran decepción. Efectivamente, a pocos metros de las cataratas se alzaban, cual imperio de la orgía capitalista, infinidad de hoteles y casinos con sus luces psicotrópicas llamando al desenfreno economista y olvidarse de la maravilla que la Madre Naturaleza brindaba junto a ellos. Pocas veces ha llegado a tal grado mi indignación ante el poder destructivo del ser humano, y en este caso tienen la culpa a partes iguales tanto los Estados Unidos como Canadá, pues a cada uno pertenece una orilla.

Intentando olvidar semejante destrozo, un barco nos llevó al epicentro de la eclosión del agua en ese salto que, a pesar de ser más pequeño de como lo muestran en la televisión, resultaba espectacular y digno de ser visitado. A pesar de ponerte un poncho que te regalan en el acceso a la embarcación, nadie se salva de terminar el recorrido completamente calado. Una postal preciosa que nos habían regalado al comprar los tickets del barco terminó en la papelera al no conservar nada de la imagen con la que en su momento fue creada.


Capitán Pescanova y sus secuaces

Empezaba a anochecer cuando partimos del pueblo camino de la frontera con ciertas preguntas en el ambiente ¿podremos cruzar la frontera con un coche alquilado? ¿supondrá un suplemento en la factura cuando lo devolvamos en Los Angeles? Estoy casi seguro de que un coche que alberga tanta tecnología tenga seguramente en su interior un GPS de seguimiento para seguir su rastro, y en ningún momento en el contrato se hacía referencia al caso de abandonar los Estados unidos de América. Sólo el tiempo me dará la razón o me la quitará. El caso es que en la frontera no se pasaron con el control como nos temíamos, pero el policía de aduanas se enfadó con nosotros cuando Charly prácticamente en su cara abrió la ventanilla y escupió toda la Coca Cola que tenía en la boca porque no podía aguantarse de la risa, en estos momentos no recuerdo por qué razón era.

Una vez respondidas la sarta de preguntas sobre nuestros motivos de entrada al país y puesto el sello de admitidos, pasamos a territorio canadiense. No éramos capaces de sacar diferencias con respecto a Estados Unidos porque estábamos respirando el mismo aire y la oscuridad de la noche nos impedía contemplar el paisaje. El GPS se despidió de nosotros hasta la vuelta y se negó a ayudarnos en el viaje hasta Toronto. Hermana, la próxima vez carga la cartografía de los países limítrofes a nuestro destino por si la audiencia vuelve a votar en nuestra contra. Por las carreteras no fue difícil transitar, pues todas las ciudades grandes disponen de numerosos y cómodos accesos. Toronto nos acogió a eso de la medianoche con los brazos abiertos. Las luces de sus rascacielos se reflejaban en la retina de nuestros ojos y nos mostraban la inquietud del ser humano en un mundo que no se detiene ni un segundo. El dinamismo que regía la ciudad le daba un aspecto futurista con un toque de cotidianeidad. A mi mente venía una sintonía acompañada de un videoclip muy similar a lo que estábamos viendo en ese momento:



Hasta este punto todo muy bonito, podíamos decir que perfecto. El problema tenía su origen en que nos encontrábamos en una ciudad de dos millones y medio de personas sin tener ni la más mínima idea de dónde se encontraba el hotel. Yo tenía la certeza de que estaba en el número 30 de la Finch Street, una calle que tenía los números salteados y sin un orden lógico, la cual encontramos una hora y media después tras bordear la metrópolis en varias ocasiones con riesgo de salirnos de ella. Tras otra hora recorriendo una calle que puede ser el triple de grande que el Paseo de la Castellana, tras comprar un mapa en una gasolinera vimos que el hotel se encontraba en North Finch Road, que es como buscar un hotel en Móstoles en la Calle Zaragoza cuando éste se encuentra en la Calle Sitio de Zaragoza. Eran las tres y media de la mañana cuando llegamos al hotel y nos daban una habitación para cuatro personas en vez de los cinco huéspedes que habíamos acordado por Internet. Con overbooking de sueño en nuestro hipotálamo, John se ofreció a dormir en el suelo y no hay mucho más que contar de este día. Un servidor se encarga de manteneros informados a diario de lo que nos sucede en esta aventura, pero siempre le dan las tres y media de la mañana cuando se va a dormir mientras todos duermen y dormir tan poco se reflejará en su aspecto físico con el paso de los años. Esa noche el cuerpo me dijo 'basta' y me pidió un respiro, razón por la que os escribo todo esto veinticuatro horas después. Espero que sepáis comprenderme.
Consecuencias de dormir tan poco

DATOS DE INTERÉS:

- Ferry a las Cataratas del Niágara: 13'5 $
- Plano de Toronto: 8$ canadienses

2 comentarios:

el violador de camioneros dijo...

jaja.... vamos grumetes hoy toka repartir palitos y medallones del capitan pescanova

Anónimo dijo...

animo bola, sique escribiendonos, seguro que consiques algun premio con lo bien que lo estas redactando te seguimos desde mostoles (hermanas y padres de jesus)

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