Resulta un topicazo -aparte de una estúpida obviedad- señalar que las cosas pasan más rápidas cuanto más las deseas, y que el climax de este viaje ha venido demasiado pronto si hacemos cuenta de meses que estuvimos con los preliminares precoitales. El hecho es que, dos semanas después de finalizar este viaje, la primera imagen que me viene del último día es la de los cinco haciendo las maletas sin mucha prisa, extintos los nervios de los primeros días por lo que nos podíamos perder y aprovechar la jornada al máximo. Ahora nuestra preferencia era contar los paquetes, embutiéndolos en la maleta -los recuerdos frágiles en el equipaje de mano, que en el aeropuerto tratan las maletas como ganado- y registrando los rincones de la habitación por si algo caía en el olvido. Frente a nosotros, un cúmulo de objetos y folletos informativos recopilados a lo largo del viaje como tesoros de Diógenes, desde un billete del Metro de Nueva York hasta unas pegatinas ecologistas en defensa del Mono Lake o una caja de cerillas de un club de striptease de Las Vegas. Sólo el tiempo los pondrá en su lugar durante nuestras conversaciones y recuento de anécdotas junto a los nuestros.
El caso es que el capítulo de reencuentro de los Router Boys supuso una nueva separación, pues Charly y John nos llevaban un día de ventaja en la tierra de los famosos, así que nuevamente nos dividimos en dos grupos para conocer aquellos rincones que no habíamos visto de la ciudad. Lejos de toda incertidumbre, sabíamos que la ciudad guardaba pocos sitios que llegasen a maravillarnos en un sitio que es como Marbella a la americana: casa de lujo, paseos interminables de palmeras y playa, pero ningún monumento, edificio histórico o lugar conmemorativo más allá del Paseo de la Fama o el sobrevalorado cartelito de Hollywood en lo alto de la colina. Cansados de estar cansados, nuevamente juntamos el desayuno con la comida en una de nuestras inversiones culinarias yankees: un buffet libre en Pizza Hut por 8 dólares. Era casi la una de la tarde y nos quedaban sólo cinco horas para el reencuentro en el puerto de Santa Mónica antes de maquear los coches y llevarlos al aeropuerto. Teníamos el gusanillo en el cuerpo, no era hambre desmesurada, pero comimos como si tuviéramos que marchar a la guerra, y es que no sabíamos si esa noche cenaríamos antes de llegar al avión o si, por el contrario, no volveríamos a probar nada hasta la madrugada en Minneapolis o la mañana siguiente en Nueva York.
Teníamos poco tiempo y queríamos ir a los lugares punteros, pero la ineptitud de gran parte de los conductores americanos casi acaba en disgusto y un golpe fuerte para Perdigón. Sin mirar a su lado izquierdo por si alguien venía en ese sentido, un conductor de una pick-up se saltó una cuádruple línea continua al salir de un aparcamiento y venía directo a nosotros. De hecho, vi el morro de su furgoneta estrellarse contra mi puerta de copiloto antes de que Luke -curtido en la ciudad de las autoescuelas- hiciera una maniobra suicida y se metiera en el carril contrario para salvarnos de la catástrofe. Un conductor que venía detrás aplaudió a Luke por sus reflejos mientras mi indignación me impedía quitarme el cinturón de seguridad y decirle cuatro cosas al temerario que se iba tal como había aparecido.
Le debíamos una a Estados Unidos. Llevábamos más de una hora buscando aparcamiento en las proximidades de Hollywood Boulevard y no había manera. Desesperadamente aparcamos en una zona con el bordillo pintado de blanco. Sabíamos lo que significaba un bordillo amarillo y un bordillo rojo -y no era precisamente un homenaje a nuestra enseña nacional-, pero nunca habíamos topado con uno de color blanco. Sin parquímetros en la zona, cogimos el ticket de un coche para colocárselo en el parabrisas al Perdigón, sabiendo que no serviría de nada, pues el otro vehículo tenía un resguardo del ticket en su interior. No íbamos a estar mucho tiempo, era primera hora de la tarde y el calor era tal que confiábamos en la vagueza del personal sancionador para asomarse en aquellas horas.
Hollywood mostraba todo su atractivo de esta manera en una avenida donde han sido homenajeados estrellas del cine, la música y el espectáculo en general. Este bulevar concentraba todo el turismo de la ciudad, que se amontonaba en sus aceras y hacía un pelín más intransitable el camino. No faltaron las fotografías junto a los grandes iconos del paseo, como el Hard Rock Café, el teatro Chino, el Teatro Kodak, las estrellas de ciertos personajes o el museo Ripley's de cosas increíbles, del cual sobresalía la cabeza de un Tiranosaurus Rex destrozando el tejado. También había un museo de los Guinness Records, que fue lo que más nos llamaba la atención del lugar, aunque no sabíamos qué clases de récords podía albergar en su interior. Pudo más la curiosidad que nosotros, pero echaban atrás los diez dólares que querían cobrarnos por entrar. Libres de todo prejuicio y en nuestras últimas horas en yankilandia, optamos por hacer la trece-catorce y meternos por la salida disimuladamente, a tan sólo tres metros del mostrador y con el riesgo de que nos la montaran. Después de todo, el museo realmente no costaba lo que la entrada ni mucho menos. Resultó ser un monográfico de los récords más sorprendentes, como el hombre más bajito del mundo, el más gordo, récords de la naturaleza, del mundo del cine... y todo el mundo comprenderá que no estaba ni el hombre más bajito, ni el más alto, ni el barco más grande ni el terremoto de mayor duración, sino representaciones o ilustraciones de los mismos, por lo que esas paredes no albergaban ningún objeto de interés.
Habíamos recorrido todos los puntos interesantes de la zona en apenas una hora, y nos quedaban aún un par de horas antes del reencuentro en el Puerto de Santa Mónica. De camino al coche vimos la unidad de vigilancia del aparcamiento. Nos temíamos lo peor y hay premoniciones de las que no se puede sentir uno orgulloso de tenerlas por el carácter obvio de las mismas: una receta decoraba malamente el parabrisas del Perdigón. En sus tiempos recuerdo haber recorrido Italia con un compañero de erasmus mientras coleccionábamos multas, ya fueran de aparcamiento, de circular por zonas de tráfico exclusivo de residentes o por exceso de velocidad, con la seguridad de que nunca llegarían a buen puerto al circular con matrícula española y no figurar sus datos en las centralitas transalpinas. Aquí la situación era distinta, pues el coche era americano y de alquiler, por lo que fácilmente nos localizarían y tendríamos que pagar las consecuencias. Por mucho que Chusy comentaba que estaríamos exentos de pagar cualquier multa, mis datos figuraban en la base de AVIS y la vida da muchas vueltas como para acabar en un futuro viviendo por estas tierras y figurar en la lista de morosos. Y a mí siempre me gustó ir de legal por la vida. El tiempo era limitado y se iban acabando nuestros pasos por Los Angeles, así que decidí recurrir a la bendita tecnología y pagar la multa una vez estuviéramos sanos y salvos en casa a través de Internet.
Preguntando a la gente sobre otros aspectos interesantes de la ciudad dedujimos que el atractivo de la ciudad se encontraba en vislumbrar las fachadas de las casas de los famosos, para las que había incluso tours en autobuses turísticos y mapas en venta con la dirección de las mismas. Nos preguntábamos si era legal publicar las direcciones de esas personas por muy famosas que fueran y, en el caso de que lo fuera, lo que costaba la fama por estas tierras. Nos negábamos a darnos un paseo en autobús para ver casas, aunque Luke sugirió echar un vistazo a la Mansión Playboy, pero el tiempo se estaba echando encima. Decidimos echarnos al monte como la cabra que siempre tira a él (estúpido refrán, no va a tirar la cabra a la ciudad) a ver más de cerca el archiconocido cartelito de Hollywood. Fue otra decepción a apuntar en nuestra lista, aunque no nos esperábamos mucho más. La localización tan cercana a los mayores estudios de cine del mundo tal vez sea la tónica del atractivo de la enseña, pues de tan simple como es resulta fea, y eso que en alguna ocasión lo han intentado quitar y la ciudad se ha volcado para que no lo hagan. Será más por historia y tradición que por estética. El caso es que estuvimos recorriendo calles empinadas, curvas vertiginosas y calzadas cada vez más estrechas hasta que llegamos al punto más estratégico para una buena foto.
La bajada fue peor si cabe. El GPS nos indicaba que estábamos a 12 kilómetros de nuestro destino, el reencuentro con Charly y John, pero delante nuestra se encontraba el atasco del siglo. No deja de ser una simple acumulación de coches si lo comparamos a lo vivido en China por esos días, pero cogimos el coche a las 16:45 y no llegamos al puerto de Santa Mónica hasta las 18:30, cuando habíamos quedado con éstos una hora antes. Una velocidad media de 6 kms/h. que nos hizo desesperarnos por momentos, aunque tuvimos noticias de que nuestros compañeros habían tenido una suerte similar a la nuestra.
Una vez de nuevo en el puerto de Santa Mónica, quedaba hacerse las fotos de rigor y dejar nuestro logotipo en algunos rincones significativos para dar fe de que habíamos llegado al fin de éste, nuestro gran viaje. Los coches había que dejarlos a las 21:00 y había que maquearlos un poco antes de su entrega. Perdigón corría el riesgo de dejarnos tirados antes de llegar a nuestro último destino, así que paramos en una gasolinera a echarle tres dólares de combustible, ante la sorpresa del encargado por la racanería de sus clientes. Ya se encargarán los de AVIS de dejarlo bien surtido para su próximo usuario.
La despedida de los coches fue emotiva. Primero dejamos a Perdigón, con el serio aviso de los de la compañía de que, o pagábamos la multa por Internet, o nos lo cobrarían con cargos ellos a través de mi Master Card. Resuelta la duda de Chusy acerca de nuestra supuesta impunidad en territorio americano, procedimos a despedirnos de Pegaso. Por suerte, teníamos todo el tiempo del mundo antes de coger el avión, pues nos tiramos más de una hora aclarando el tema del pequeño golpe en la puerta del conductor con los de la compañía. Sabían de lo sucedido por un parte que les había enviado la policía, y nosotros teníamos que dar fe de lo sucedido. Se resistieron a darnos la fianza, a pesar de que teníamos el seguro a todo riesgo, pero John se encargó de poner los puntos sobre las íes. Al final nos devolvieron a regañadientes 350 de los 450 dólares de la fianza. Los últimos 100 nos los devolverían en 7 días por un batiburrillo de impuestos que se habían inventado fugazmente y que nos tuvimos que tragar, claro está. No tuvimos tiempo de respuesta, pues el avión despegaba en menos de dos horas y teníamos que embarcar. No nos podíamos despedir de Estados Unidos sin que nos timaran una vez más, algo así como su despedida: el etiquetado de las maletas nos costaba 25$ por persona. Sí, 100 dólares, como en sus tiempos fueron las tasas del hotel de Nueva York, por poner la etiqueta, como si la maleta pudiera viajar sin etiqueta y como si no la pudiéramos poner nosotros personalmente.
Nos quedaban cuatro vuelos por delante, 24 horas en las que descansar definitivamente y reflexionar sobre todo lo vivido. Porque uno acaba recordando lo bueno sobre todas las cosas, y sacando una lección positiva de todo lo malo. Viajar es un aprendizaje en toda regla, y compartir es una lección de la vida. Así que, ni os quedéis sin vivir ni os permitáis no aprender. En cuanto a lo de compartir... tenemos más de 60 gigas entre videos y fotos, amén de otros tantos recuerdos materiales que estaremos encantados de compartir con vosotros a la vuelta de todo esto.
DATOS DE INTERÉS:
- El aeropuerto más importante del estado de California es el Los Angeles International Airport (LAX)
- Un postre típico de California es la tarta de zanahorias y frutas, con sus célebres nueces, dátiles, higos, limón y melón.
- La playa más bonita de California es la de La Jolla, en San Diego, donde se juntan surferos de todo el mundo, focas, bañistas y descapotables a lo largo de la Nueve Millas Drive, la carretera panorámica más famosa del mundo.
- Entrada al museo de los Guinness Records: 10$
3 comentarios:
joder, el del madrid estuvo tofdo el viaje con la misma camiseta, no tenia otrea o q?
Resulta increíble pasear por la red y encontrar un blog como este. Hubiera preferido seguiros cada día en vuestras andanzas por EEUU, peor me conformaré con leer desde el principio esta aventura capítulo por capítulo.
Enhorabuena por este viaje que habeis hecho y por la manera tan brillante que habéis escrito este blog. Gracias por los consejos dados. Avisad con antelación si hacéis otro viaje de estos para seguiros.
K.
Muchas gracias por tus palabras, K, esperemos poder hacer un viaje de esta envergadura en 2012 y por supuesto que habrá otro blog para narrar nuestras aventuras. Prometido.
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