- Where are you from?
- Europe, Spain
- Oh! You’re so lucky… world
champions
…
- Siete italiani?
- No, siamo spagnoli.
- Ah,
complimenti, campioni del mondo!
…
Esa es nuestra seña de identidad en Estados Unidos; los toros, la fiesta y la paella han dado paso al fútbol, y eso sorprende en un país en el que el fútbol tiene la misma relevancia que la petanca en España. Lejos quedan esos días en los que lo más conocido de España era Miguel de Cervantes, Gaudí, Dalí… desde la Macarena, los tiempos están cambiando seriamente.
La jornada comenzaba relajada: la 66 la pisaríamos por casualidad, y los objetivos del viaje se reducían a dos, relativamente cercanos el uno del otro: el Meteor Crater y el Colorado Grand Canyon. En la 66 pasábamos por el Rabbit Ranch, una conocida posada que debe su nombre a la gran cantidad de conejos que habitan los alrededores… o los habitaban, pues únicamente vimos un conejo gigante a la entrada de la ahora tienda de recuerdos y enseres. El segundo punto se encontraba en la misma Meteor Road. La es una tienda de artículos artesanos hechos por indios y otras cosas insólitas, como bolsas con huevos de serpiente cascabel para criarlas desde el primer momento, o piruletas con escorpiones reales dentro de ellas. Pero la fama de la tienda se debía a otra excentricidad de las que abundan en este camino: el mapa de la Ruta 66 más grande del mundo. Dudo de que un récord tan autóctono sea superado lejos de estas tierras, a pesar de que Dubai pulverice de vez en cuando récords Made in USA, y es que el exceso de dinero lleva de vez en cuando a invertir en cosas de lo más estúpido.
El tema es que Charly necesitaba urgentemente una inyección de dinero en metálico. Entre nosotros existe la suficiente confianza como para prestarnos dinero en cuanto sea necesario, peor Charly no quería abusar de la misma como para seguir pidiendo dinero prestado, aún habiéndole restado importancia al tema nosotros. En la tienda nos indicaron la dirección del Western Union más cercano, situado en Winslow, un pueblo que habíamos pasado y al que tuvimos que volver. Una vez en el negocio, la desesperación se apoderó de Charly: no habían podido ingresarle el dinero desde España y tenía que esperar 24 horas más para recibirlo. La situación no es para alarmarse ni mucho menos mientras tengamos capital para compartir, pero no le gustaba lo que le estaba pasando.
En una jornada de clima semi-desértico los viajes acaban siendo más monótonos si a tu alrededor no hay pueblos a visitar ni formaciones rocosas interesantes, y la carretera al Meteor Crater era una prueba fehaciente de ello. La entrada era algo así como entrar a Parque Jurásico, todo indicaba que la visita no iba a salir gratis ni por poco dinero. Efectivamente, la entrada nos salió por 15 dólares cada uno, un robo en toda regla que no hubiéramos pagado si no fuera porque desconocemos si volveremos por este territorio y porque no sabíamos lo que se escondía detrás del museo y centro de investigación: una depresión de más de 1,2 kilómetros formada hace 50.000 años por parte de un meteorito de níquel que cayó a una velocidad de entre 30.000 y 40.000 millas por hora. Su fuerza explosiva fue superior a la de 20 millones de toneladas de TNT.
Semejante depresión resultaba curiosa y digna de ser vista, aunque ni mucho menos para el precio que cobraban. También incluía un documental en una sala de cine de apenas media hora, que a la larga vimos como una pérdida de tiempo ante lo que nos quedaba por ver el resto del día.
La jornada comenzaba relajada: la 66 la pisaríamos por casualidad, y los objetivos del viaje se reducían a dos, relativamente cercanos el uno del otro: el Meteor Crater y el Colorado Grand Canyon. En la 66 pasábamos por el Rabbit Ranch, una conocida posada que debe su nombre a la gran cantidad de conejos que habitan los alrededores… o los habitaban, pues únicamente vimos un conejo gigante a la entrada de la ahora tienda de recuerdos y enseres. El segundo punto se encontraba en la misma Meteor Road. La es una tienda de artículos artesanos hechos por indios y otras cosas insólitas, como bolsas con huevos de serpiente cascabel para criarlas desde el primer momento, o piruletas con escorpiones reales dentro de ellas. Pero la fama de la tienda se debía a otra excentricidad de las que abundan en este camino: el mapa de la Ruta 66 más grande del mundo. Dudo de que un récord tan autóctono sea superado lejos de estas tierras, a pesar de que Dubai pulverice de vez en cuando récords Made in USA, y es que el exceso de dinero lleva de vez en cuando a invertir en cosas de lo más estúpido.
El tema es que Charly necesitaba urgentemente una inyección de dinero en metálico. Entre nosotros existe la suficiente confianza como para prestarnos dinero en cuanto sea necesario, peor Charly no quería abusar de la misma como para seguir pidiendo dinero prestado, aún habiéndole restado importancia al tema nosotros. En la tienda nos indicaron la dirección del Western Union más cercano, situado en Winslow, un pueblo que habíamos pasado y al que tuvimos que volver. Una vez en el negocio, la desesperación se apoderó de Charly: no habían podido ingresarle el dinero desde España y tenía que esperar 24 horas más para recibirlo. La situación no es para alarmarse ni mucho menos mientras tengamos capital para compartir, pero no le gustaba lo que le estaba pasando.
En una jornada de clima semi-desértico los viajes acaban siendo más monótonos si a tu alrededor no hay pueblos a visitar ni formaciones rocosas interesantes, y la carretera al Meteor Crater era una prueba fehaciente de ello. La entrada era algo así como entrar a Parque Jurásico, todo indicaba que la visita no iba a salir gratis ni por poco dinero. Efectivamente, la entrada nos salió por 15 dólares cada uno, un robo en toda regla que no hubiéramos pagado si no fuera porque desconocemos si volveremos por este territorio y porque no sabíamos lo que se escondía detrás del museo y centro de investigación: una depresión de más de 1,2 kilómetros formada hace 50.000 años por parte de un meteorito de níquel que cayó a una velocidad de entre 30.000 y 40.000 millas por hora. Su fuerza explosiva fue superior a la de 20 millones de toneladas de TNT.
Semejante depresión resultaba curiosa y digna de ser vista, aunque ni mucho menos para el precio que cobraban. También incluía un documental en una sala de cine de apenas media hora, que a la larga vimos como una pérdida de tiempo ante lo que nos quedaba por ver el resto del día.
El Cañón del Colorado distaba a pocas millas del lugar, poco más allá de la línea del horizonte montañoso, pero el paisaje cambiaba de manera radical. Por obra y gracia de la Madre Naturaleza, pasábamos de tierra de serpientes y matojos de paja rodando por el campo a un bosque frondoso que ofrecía mejores vistas cuanto más nos acercábamos al destino. Entrar al Gran Cañón salía a 25 dólares por coche, independientemente de las personas que fueran dentro. Que sí, que era para los indios por las injusticias que cometieron con ellos un par de siglos atrás, pero es que el indio ya no viste pieles ni lleva plumas en la cabeza, sino una gorra de los New York Yankees, vaqueros Levi's y camisita a cuadros, y destinar el dinero a un complejo residencial, con su Mc Donalds y Starbucks Coffee incluído, que distaba a apenas una milla de aquella maravilla de la naturaleza me parece una salvajada inaceptable. Porque este viaje está siendo realmente maravilloso, y parece que no llega el momento en el que deje de sorprendernos con lo que vemos a lo largo del camino, y todo lo que comento aquí lo califico como lo más (adjetivo) que hemos visto en nuestras vidas, pero puedo asegurar que el Cañón del Colorado es la maravilla de la naturaleza más grande que hemos visto en la vida. Una grieta de 400 kilómetros de longitud y casi dos kilómetros de profundidad guarda dentro de sí el río, desfiladeros de película y una fauna y flora que campan a sus anchas, llegando donde el hombre rara vez estuvo. Puntos así y no los rascacielos de Nueva York son los que te hacen sentir un punto diminuto e insignificante ante el pictórico paisaje que alcanza tu mirada. Luke comentó al borde de un desfiladero que no le importaría vivir allí toda su vida contemplando aquello, no se sabe si lo decía medio en serio o medio en broma.
Comimos en un restaurante junto al primer mirador. Comida de calidad media-baja a precio de gourmet, es lo que tiene no haber comprado provisiones y ser el único restaurante en millas a la redonda. Nunca la denominación de comida rápida cobró tanto significado, había tanto que ver y tan poco tiempo que no podíamos demorarnos por nuestro bien. Partíamos del Desert View en una ruta que comprendía un buen tramo de la parte sur del Gran Cañón a través de diversos rincones fotogénicos y grandes perspectivas que abrían a los ojos del viajero los distintos tramos del río, sus afluentes y el paisaje recortado fruto de la erosión. A medida que avanzábamos, las vistas eran más espectaculares si cabe, y es que es algo de lo que no nos hubiéramos cansado de ver si hubiéramos tenido la posibilidad de conocerlo en profundidad. En ese momento entendíamos por qué la entrada era válida para siete días.
La tarde avanzaba y el cañón adquiría un tono rojizo con denominación de origen. Habíamos conquistado las grandes cumbres del lugar, pero Ken The Landrunner nos aseguraba que el paraíso se encontraba en sus profundidades más sombrías, en la ribera del río.
- Se os saltarán las lágrimas. Nunca habréis visto nada igual, ni siquiera
parecido.
Resultaba utópico pensar en llegar a la ribera en una travesía en la que había que invertir de tres a cuatro horas tan sólo en la ida, pero nos negábamos a marcharnos de allí sin haberlo intentado. Para acampar en la parte inferior teníamos que contar con un permiso con el que no contábamos,
y pasar la noche en una casita de la cumbre superaba nuestro presupuesto. En la expedición partíamos Charly, Chusy, Luke y yo. Los dos primeros no pasaron de los primeros doscientos metros. Luke y yo pensábamos en seguir su camino, pero mirar abajo y ver lo que nos íbamos a perder tenía ese nosequé que te hace afrontar el camino con las dificultades y el riesgo que conlleva, porque la meta bien merecía la pena. El camino atravesaba por tramos complicados que
requerían no bajar la guardia en ningún momento, mientras aparecían los ciervos en el camino y un simpático ratoncito que se detuvo a los pies de Luke para saludarnos. El sol ya era sólo un recuerdo a espaldas de las montañas cuando vimos que ya iba siendo hora de volver con los nuestros. Habíamos descendido un tercio del total del cañón, una profundidad nada desdeñable, la pena es que la cámara y la videocámara con las que contábamos no tenían la sensibilidad de
objetivo suficiente como para inmortalizar nuestro paradero sin la luz del sol. El camino de subida fue aún más complicado, guiándonos únicamente por las piedras blancas del camino que eran iluminadas vagamente por la luna. Parecía que no llegaba el primer arco de piedra que atravesamos en el camino, y a nuestro lado pasaban los animales escondidos entre el bosquejo
sin diferenciar la especie de la que se trataban. El riesgo acumulado por las diversas dificultades daba cierto morbo, y los sonidos de la fauna nocturna llegaban a ser relajantes. Pero los móviles no tenían cobertura y no queríamos preocupar a nuestros compañeros, por lo que terminamos ascendiendo hasta el comienzo del camino. Nuestro sedentarismo hizo mella en nosotros, llegando al coche con la lengua fuera. Estoy seguro de que algo de peso tuvimos que perder con tanto esfuerzo.
Estábamos a tan sólo una hora de nuestra meta ese día, el pueblo de Williams en plena Ruta 66. Ninguno de nuestros destinos diarios fue escogido al azar, Luke había trabajado bastante en nuestro recorrido por los Estados Unidos, pero a Williams no le había encontrado atractivo alguno. Sin embargo, nuestra experiencia por sus calles fue bastante satisfactoria: símbolos de la 66 por doquier, cafés-concierto con música en directo en cada esquina, mucha luz y mucha vida
por sus calles. Tal vez sea cierto lo que dice Charly de que en este tramo se siente más la Ruta 66 que en anteriores. A la hora de encontrar el motel no lo tuvimos difícil, pues la calle principal contaba con bastantes. Una bruja nos contestaba de mala manera cuando le comentamos que el motel de al lado nos ofrecía una cama King Size (para 3) y una Queen Size (para 2) por 75 dólares, y allí nos fuimos. El tipo era bastante majo y nos vendió la oferta como insuperable. Pasear por la habitación con él mostrándote hasta cómo funcionaba la televisión o el microondas le daba un aspecto más agradable, pero fue irse él y descubrir el motel más sucio y deprimente que habíamos pisado jamás. Tanto que tuvimos que dormir encima del edredón al ver unas sábanas con manchas extrañas y ducharnos con las chanclas puestas para no coger más hongos que Mario Bros. Por un poco menos de dinero reservamos esa noche un hotelazo resort en Las Vegas con todos los lujos que se puedan pedir. Estados Unidos, ese extraño país de contrastes.
DATOS DE INTERÉS:
- Entrada al Meteor Crater: 15$ /persona.
- Entrada al Cañón del colorado: 25$/coche.
2 comentarios:
Qué viaje más cojonudo tíos!!Me he quedado con las ganas de saber qué pasó esa noche en Las Vegas jeje; qué intriga!!!
aunque nunca he comentado nada hasta ahora , os leo como una novela con final inacabado esperando el nuevo relato del siguiente.
Pues a parte lo de charly que es un handicap digno de pekin express lo demas es parte del viaje y seran anecdotas y recuerdos para toda la vida .Bueno o malo , respirad esos momentos casi imposibles para muchos de nosoros .
Sois nuestros embajadores y nuestros ojos .
Suerte y que sigais lo mejor popsible hasta Madrid.
Pe y el belga
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