Las Vegas supuso una nueva escisión en el grupo como en sus tiempos lo fueron Nueva York y Washington. Con poco más de cinco horas de sueño, salimos más tarde de lo previsto como venía siendo costumbre. Charly dormía plácidamente tras una nueva noche de fiesta, John salió a despedirnos para coger por una noche más la misma habitación en la recepción.
Resulta sorprendente ver que una ciudad tan sobrecargada como Las Vegas pudo ser construida en medio de la nada, rodeada de poblaciones minúsculas a unas cuantas millas de su corona metropolitana y matojos y cactus al otro lado de la carretera. Los coches que nos pasaban se iban difuminando poco a poco en el retrovisor con el calor ambiental, el mismo que hacía que en la carretera aparecieran ilusiones de charcos de agua. Nos habíamos reído durante todo el mes de aquellos que nos dijeron que recorrer los Estados Unidos en agosto era un suicidio en toda regla, pero aún no habíamos atravesado el Valle de la Muerte.
Había algo que habíamos olvidado semanas atrás, y era nuestra lista de espectáculos típicos americanos para ver durante nuestra estancia. Pues bien, esa mañana asistimos involuntariamente a una persecución policial, lo que pasa es que los perseguidos éramos nosotros. Chusy al volante era la calma en persona y no se enteraba ni del NO-DO:
- Mirad tíos, la policía ha dado media vuelta.
- Hostia, no me jodas que vienen a por nosotros. Para a la derecha.
- No creo, debe haber un tiroteo en el pueblo de al lado o algo así.
- Pues acaban de encender las luces.
- Lo que yo te digo, ahora nos adelantarán.
- Sí, lo que tú digas, acaban de poner la sirena ¡¿Quieres parar, que van a creer que nos estamos fugando?!
Por fin, y casi una milla después, Chusy detuvo al Perdigón en el arcén. Una agente de policía de esas que aparecen en las películas, con su tipazo y sus gafas de espejo, se acercó a la ventanilla:
- Hola. Mostradme el carnet de conducir y los papeles del coche.
- ¿Qué es lo que ha pasado, agente?
- Que estábais circulando a 64 millas por hora en una carretera secundaria en la que el límite está a 45.
19 millas. Malditas y benditas 19 millas, sobrepasando el límite en más de 20 millas hay hasta pena de cárcel, aunque creo que todo depende del estado. A todo ello se sumaba que el coche lo habíamos alquilado con un solo conductor registrado, que era yo, y Chusy no aparecía en ningún lado del seguro ni los papeles. Un policía gordo y con bigote -sí, también de peícula, y no estoy mintiendo- me pidió la documentación por ello y empezó a disparar con una Thompson un cargador entero de preguntas: quiénes éramos, de dónde veníamos, a dónde íbamos, cuánto tiempo nos íbamos a quedar, por qué Estados Unidos, si nos gustaba el país y cómo coño íbamos al Valle de la Muerte con el calor que hacía. Finalmente, tras comunicar nuestros datos a la central, la jovencita agente volvió con nosotros.
- Tomad vuestros documentos.
- ¿Cuánto será la multa, agente?
- Por lo que habéis hecho os podría caer una multa de 165 dólares, pero esta vez sólo será un aviso. Recordad, tenéis que ir más despacio y respetar los límites de velocidad, porque lo peor es que tengáis un accidente ¡Ah! Y disfrutad de los Estados Unidos.
Nos dedicó una sonrisa tan sumamente dulce que podríamos haber muerto en el acto por diabetes. Juro que se fue a su coche patrulla contoneándose cual mujer fatal. Nos quedamos mirándonos unos instantes, intentando digerir fríamente lo que nos acababa de pasar. Lo de la buena suerte no venía escrito cuando firmamos el seguro del coche.
El desvío al Death Valley fue el adiós definitivo a la ya de por sí escasa civilización que rondaba en kilómetros a la redonda. Los únicos vehículos que se atrevían a atravesar ese desierto -sobre todo en este mes y con estas temperaturas- eran los que querían verlo, pues las carreteras no estaban en muy buen estado y existen autopistas más rápidas en las que se tarda más en rodear el desierto, pero se hace en mejores condiciones y sin poner en riesgo tu vida. Como si se tratara de un recinto cerrado, las temperaturas empezaron a subir progresivamente según nos íbamos adentrando en él, hasta tal punto que nuestras paradas no comprendían más de cinco minutos, aunque la belleza del entorno bien merecía una visita más tranquila y tomándonos más tiempo.
Ya desde nuestra primera parada en Dante’s View comprendimos por qué este desierto es de los más famosos que existen. La belleza de la nada se potencia con imágenes tan insólitas como un mar sin agua, una inmensa explanada de sal conocida con el nombre de Bad Water que llega hasta los confines del horizonte. Nos apartamos de la gente que estaba junto a nosotros unos metros y escuchamos por primera vez algo que era nuevo para nosotros en Estados Unidos: el silencio. La lejanía de las montañas impedía el eco, y la ausencia de viento también jugaba su papel. No se escuchaba nada que estuviera a más de diez metros a la redonda.
El desierto atravesaba por diversas zonas a medida que íbamos avanzando. De la parte de rocas pasaba a la de arenisca, y a medio camino de atravesarlo descubrimos la parte que nosotros consideramos más auténtica, más cercana al concepto que nosotros tenemos de un desierto: arena fina, como de playa, conformando enormes dunas cuya erosión es tan lenta que es prácticamente imperceptible.
Tan sólo había una estación de servicio con su restaurante y tienda en todo el camino que atravesamos. Tengo entendido que en Australia las gasolineras están separadas por más de 500 kilómetros y el dueño pone el precio a la gasolina según lo bien o mal que le caigas. Aquí no se llegan a esos extremos, pero el monopolio del desierto incluye poner los precios por las nubes ante la extrema necesidad de abastecer el coche de gasolina o no quedarse deshidratado con temperaturas que a esas horas superaban los 121ºF (50ºC). Nosotros además teníamos el hambre del perro del ciego y sabíamos que el siguiente restaurante lo veriamos al ponerse el sol. Total, que por una hamburguesa, unas alitas y un wrap con sus correspondientes bebidas nos cobraron 20 dólares por cabeza. Por muy alto que esté el euro con respecto al dólar, precios así equilibran la balanza y la ponen a favor del Tío Sam y todos sus esbirros.
Será porque los americanos lo tienen más que asumido y no se acercan por el desierto en estas fechas, pero el viaje estuvo plagado de españoles y, sobre todo, de italianos hasta aburrir. Estuvimos hablando un buen rato con una familia de Barcelona. La madre se había resbalado con una piedra en el Parque Nacional de Yosemite y se había roto un brazo, amén de una brecha por la que tuvieron que ponerle varios puntos en la cara. A pesar de tener cobertura internacional con un seguro privado, por mover una ambulancia 500 metros le cobraron 350 dólares, y por hacerle un par de radiografías y ponerle una escayola, 2.000 dólares más. La mujer se negó rotundamente a ser operada para que le pusieran un par de tornillos porque le cobraban 8.000 dólares más, y es que la superpotencia mundial en pleno siglo XXI no atiende ni siquiera a sus propios compatriotas si no tienen dinero para pagar un médico, algo potencialmente vergonzoso en un país del primer mundo y punto en el que les llevamos años luz de ventaja.
La jornada fue bastante dura y realizada en condiciones extremas. Perdigón pasó con una nota bastante alta su primera prueba de fuego, manteniéndonos bien fresquitos cuando se lo pedimos y realizando una etapa de 650 kilómetros por menos de 30 dólares frente a los 100 que chupaba el Pegaso en condiciones similares. El sol terminaba su jornada laboral justo cuando salíamos de los confines del desierto y aún nos quedaba una larga jornada hasta que encontráramos cobijo frente al Mono Lake.
Las temperaturas tan altas por el día se contrarrestan con un frío invernal por la noche, haciendo temperaturas inferiores a las más bajas que ofrecen los aires acondicionados. El pueblo construido a orillas del Mono Lake tenía cinco moteles y ninguno de ellos tenía habitaciones disponibles. Por primera vez no nos sonreía la suerte a la hora de buscar estancia a la aventura. El pueblo de al lado también descansaba a orillas de otro lago, el June Lake, al igual que nuestro hotel, el que mejores vistas tiene de todos los que hemos estado a lo largo de la ruta. El combinado de lago y bosque frondoso con montañas al fondo y casitas de madera para dormir resulta de lo más idílico que uno se pueda imaginar, pero al llegar la noche conforma un ambiente un tanto inquietante, a lo Crystal Lake un viernes 13, donde todo está en silencio y acojona lo suyo. Para más inri, el hotel sólo tiene wi-fi en el hall principal y el patio de la entrada, por lo que estuve hasta las dos de la mañana sufriendo temperaturas de 50ºF (10ºC) actualizando este maldito blog tras dos días sin Internet en Las Vegas mientras un crío me llama hijo de puta y otras lindezas en inglés a gritos aprovechando la oscuridad del lugar y la lejanía que le separa de mí. Porque sí, porque os lo merecéis, porque a nosotros nos hace más ilusión leer vuestros comentarios que a vosotros leer nuestros artículos, y eso ya es decir, que son más de 200 visitas diarias y nunca pensamos que esto fuera a dar para tanto. Disfrutadlo.
Resulta sorprendente ver que una ciudad tan sobrecargada como Las Vegas pudo ser construida en medio de la nada, rodeada de poblaciones minúsculas a unas cuantas millas de su corona metropolitana y matojos y cactus al otro lado de la carretera. Los coches que nos pasaban se iban difuminando poco a poco en el retrovisor con el calor ambiental, el mismo que hacía que en la carretera aparecieran ilusiones de charcos de agua. Nos habíamos reído durante todo el mes de aquellos que nos dijeron que recorrer los Estados Unidos en agosto era un suicidio en toda regla, pero aún no habíamos atravesado el Valle de la Muerte.
Había algo que habíamos olvidado semanas atrás, y era nuestra lista de espectáculos típicos americanos para ver durante nuestra estancia. Pues bien, esa mañana asistimos involuntariamente a una persecución policial, lo que pasa es que los perseguidos éramos nosotros. Chusy al volante era la calma en persona y no se enteraba ni del NO-DO:
- Mirad tíos, la policía ha dado media vuelta.
- Hostia, no me jodas que vienen a por nosotros. Para a la derecha.
- No creo, debe haber un tiroteo en el pueblo de al lado o algo así.
- Pues acaban de encender las luces.
- Lo que yo te digo, ahora nos adelantarán.
- Sí, lo que tú digas, acaban de poner la sirena ¡¿Quieres parar, que van a creer que nos estamos fugando?!
Por fin, y casi una milla después, Chusy detuvo al Perdigón en el arcén. Una agente de policía de esas que aparecen en las películas, con su tipazo y sus gafas de espejo, se acercó a la ventanilla:
- Hola. Mostradme el carnet de conducir y los papeles del coche.
- ¿Qué es lo que ha pasado, agente?
- Que estábais circulando a 64 millas por hora en una carretera secundaria en la que el límite está a 45.
19 millas. Malditas y benditas 19 millas, sobrepasando el límite en más de 20 millas hay hasta pena de cárcel, aunque creo que todo depende del estado. A todo ello se sumaba que el coche lo habíamos alquilado con un solo conductor registrado, que era yo, y Chusy no aparecía en ningún lado del seguro ni los papeles. Un policía gordo y con bigote -sí, también de peícula, y no estoy mintiendo- me pidió la documentación por ello y empezó a disparar con una Thompson un cargador entero de preguntas: quiénes éramos, de dónde veníamos, a dónde íbamos, cuánto tiempo nos íbamos a quedar, por qué Estados Unidos, si nos gustaba el país y cómo coño íbamos al Valle de la Muerte con el calor que hacía. Finalmente, tras comunicar nuestros datos a la central, la jovencita agente volvió con nosotros.
- Tomad vuestros documentos.
- ¿Cuánto será la multa, agente?
- Por lo que habéis hecho os podría caer una multa de 165 dólares, pero esta vez sólo será un aviso. Recordad, tenéis que ir más despacio y respetar los límites de velocidad, porque lo peor es que tengáis un accidente ¡Ah! Y disfrutad de los Estados Unidos.
Nos dedicó una sonrisa tan sumamente dulce que podríamos haber muerto en el acto por diabetes. Juro que se fue a su coche patrulla contoneándose cual mujer fatal. Nos quedamos mirándonos unos instantes, intentando digerir fríamente lo que nos acababa de pasar. Lo de la buena suerte no venía escrito cuando firmamos el seguro del coche.
El desvío al Death Valley fue el adiós definitivo a la ya de por sí escasa civilización que rondaba en kilómetros a la redonda. Los únicos vehículos que se atrevían a atravesar ese desierto -sobre todo en este mes y con estas temperaturas- eran los que querían verlo, pues las carreteras no estaban en muy buen estado y existen autopistas más rápidas en las que se tarda más en rodear el desierto, pero se hace en mejores condiciones y sin poner en riesgo tu vida. Como si se tratara de un recinto cerrado, las temperaturas empezaron a subir progresivamente según nos íbamos adentrando en él, hasta tal punto que nuestras paradas no comprendían más de cinco minutos, aunque la belleza del entorno bien merecía una visita más tranquila y tomándonos más tiempo.
Ya desde nuestra primera parada en Dante’s View comprendimos por qué este desierto es de los más famosos que existen. La belleza de la nada se potencia con imágenes tan insólitas como un mar sin agua, una inmensa explanada de sal conocida con el nombre de Bad Water que llega hasta los confines del horizonte. Nos apartamos de la gente que estaba junto a nosotros unos metros y escuchamos por primera vez algo que era nuevo para nosotros en Estados Unidos: el silencio. La lejanía de las montañas impedía el eco, y la ausencia de viento también jugaba su papel. No se escuchaba nada que estuviera a más de diez metros a la redonda.
El desierto atravesaba por diversas zonas a medida que íbamos avanzando. De la parte de rocas pasaba a la de arenisca, y a medio camino de atravesarlo descubrimos la parte que nosotros consideramos más auténtica, más cercana al concepto que nosotros tenemos de un desierto: arena fina, como de playa, conformando enormes dunas cuya erosión es tan lenta que es prácticamente imperceptible.
Tan sólo había una estación de servicio con su restaurante y tienda en todo el camino que atravesamos. Tengo entendido que en Australia las gasolineras están separadas por más de 500 kilómetros y el dueño pone el precio a la gasolina según lo bien o mal que le caigas. Aquí no se llegan a esos extremos, pero el monopolio del desierto incluye poner los precios por las nubes ante la extrema necesidad de abastecer el coche de gasolina o no quedarse deshidratado con temperaturas que a esas horas superaban los 121ºF (50ºC). Nosotros además teníamos el hambre del perro del ciego y sabíamos que el siguiente restaurante lo veriamos al ponerse el sol. Total, que por una hamburguesa, unas alitas y un wrap con sus correspondientes bebidas nos cobraron 20 dólares por cabeza. Por muy alto que esté el euro con respecto al dólar, precios así equilibran la balanza y la ponen a favor del Tío Sam y todos sus esbirros.
Será porque los americanos lo tienen más que asumido y no se acercan por el desierto en estas fechas, pero el viaje estuvo plagado de españoles y, sobre todo, de italianos hasta aburrir. Estuvimos hablando un buen rato con una familia de Barcelona. La madre se había resbalado con una piedra en el Parque Nacional de Yosemite y se había roto un brazo, amén de una brecha por la que tuvieron que ponerle varios puntos en la cara. A pesar de tener cobertura internacional con un seguro privado, por mover una ambulancia 500 metros le cobraron 350 dólares, y por hacerle un par de radiografías y ponerle una escayola, 2.000 dólares más. La mujer se negó rotundamente a ser operada para que le pusieran un par de tornillos porque le cobraban 8.000 dólares más, y es que la superpotencia mundial en pleno siglo XXI no atiende ni siquiera a sus propios compatriotas si no tienen dinero para pagar un médico, algo potencialmente vergonzoso en un país del primer mundo y punto en el que les llevamos años luz de ventaja.
La jornada fue bastante dura y realizada en condiciones extremas. Perdigón pasó con una nota bastante alta su primera prueba de fuego, manteniéndonos bien fresquitos cuando se lo pedimos y realizando una etapa de 650 kilómetros por menos de 30 dólares frente a los 100 que chupaba el Pegaso en condiciones similares. El sol terminaba su jornada laboral justo cuando salíamos de los confines del desierto y aún nos quedaba una larga jornada hasta que encontráramos cobijo frente al Mono Lake.
Las temperaturas tan altas por el día se contrarrestan con un frío invernal por la noche, haciendo temperaturas inferiores a las más bajas que ofrecen los aires acondicionados. El pueblo construido a orillas del Mono Lake tenía cinco moteles y ninguno de ellos tenía habitaciones disponibles. Por primera vez no nos sonreía la suerte a la hora de buscar estancia a la aventura. El pueblo de al lado también descansaba a orillas de otro lago, el June Lake, al igual que nuestro hotel, el que mejores vistas tiene de todos los que hemos estado a lo largo de la ruta. El combinado de lago y bosque frondoso con montañas al fondo y casitas de madera para dormir resulta de lo más idílico que uno se pueda imaginar, pero al llegar la noche conforma un ambiente un tanto inquietante, a lo Crystal Lake un viernes 13, donde todo está en silencio y acojona lo suyo. Para más inri, el hotel sólo tiene wi-fi en el hall principal y el patio de la entrada, por lo que estuve hasta las dos de la mañana sufriendo temperaturas de 50ºF (10ºC) actualizando este maldito blog tras dos días sin Internet en Las Vegas mientras un crío me llama hijo de puta y otras lindezas en inglés a gritos aprovechando la oscuridad del lugar y la lejanía que le separa de mí. Porque sí, porque os lo merecéis, porque a nosotros nos hace más ilusión leer vuestros comentarios que a vosotros leer nuestros artículos, y eso ya es decir, que son más de 200 visitas diarias y nunca pensamos que esto fuera a dar para tanto. Disfrutadlo.
DATOS DE INTERÉS:
- Los policías son inflexibles: si le ordenan parar, no descienda del vehículo y deje las manos bien visibles sobre el volante.
- Está prohibido tener bebidas alcohólicas abiertas. Conducir bebido es una de las infracciones más graves de los Estados Unidos. El límite de velocidad es de 25 millas por hora en la ciudad y de 62 millas en la autovía.
- En 1913, en Death Valley se llegó a los 56,6 ºC, la mayor temperatura registrada en su historia; la temperatura en Los Angeles va desde los 10 ºC de enero a los 28 ºC máxima en julio.
- En 1913, en Death Valley se llegó a los 56,6 ºC, la mayor temperatura registrada en su historia; la temperatura en Los Angeles va desde los 10 ºC de enero a los 28 ºC máxima en julio.
4 comentarios:
Sois simplemente geniales... una lastima lo de la escision del grupo pero no siempre llueve a gusto de todo el mundo.
Habeis hecho una gran eleccion tirando para Yosemite y para San Francisco, conozco gente que ha hecho la ruta de la costa oeste y dicen que son dignos, que digo dignos... acojonantes!!!!
Tener cuidado porque en Yosemite esta la secuolla mas antigua de los estados unidos creo recordar... la multa por tocarla es de 1.000$, parece mentira eh? por tocar un arbol.
Quiero deciros que estoy disfrutando mucho con vuestro viaje y vuestros post... solo espero que el dia que llegueis pongais muchas fotos en flickr o similar para poder disfrutar un poquito con vuestra manera de ver la ruta y esta gran experiencia!
Jejeje pues ya os tienen que hacer ilusión los comentarios, que aqui (por lo menos yo y supongo que sera generalizado) estamos expectantes esperando siempre una próxima actualización, para seguir vuestras aventuras de cerca...
Espero que aprovecheis al máximo los días que os quedan tdv por delante, y grabeis a fuego en vuestas memorias cada minuto de esta experiencia, porque va a ser para siempre, y estoy segura de que habrá un antes y un después.
Un saludo!
CUIDADIN CON LOS DESIERTOS TIOS
Enhorabuena chavales, creo que habéis elegido bien vuestra ruta, yo también me hubiese adentrado en el infierno desértico, que sigáis disfrutando!!!...
El colega del cuñao de uno.
P.D. Que pena de fotico a la gachí polis.
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